lunes, 15 de marzo de 2010

Cuando una escuela termina


Cuando una escuela termina,
lo único lamentable es no haber aprendido

Domingo; ocho, ocho y media de la mañana. Es tarde, aún para un domingo.
Hasta los pájaros y algún gallo por el lado de Echesortu remolonean cantando a un sol que ya está bien alto, bien arriba en el cielo.
El viento chicotea cada tanto un cable en un chaperío a un centenar de metros.


 Lo que se ve desde mi balcón


Y abajo, a casi cuarenta, sobre el suelo, algún coche pasa arrastrando rumores, taxis casi siempre, en proporción de cinco a uno.
Salvo eso, todo es silencio. Esos autos son toda la señal de vida humana que se ve desde acá, un piso once, y les juro que se ve hasta el río.
Y mientras tomo mate y sol en el balcón me doy cuenta de que la paz es infinita.
La gente duerme, o se ha ido, o no se la ve; o acaso anoche tiraron la de neutrones...
Y entonces, en medio de toda esa paz, me decido a hacer lo que vengo portergando desde hace días: agarro mi “cuaderno de escribir” y trato de contarles sobre el Fin de los Tiempos.

“Terremotos en un lugar tras otro” (Marcos 13:8)

Sé que por acá pasan lectores de –digamos- ánimo ecologista.
Sé de su puntillosidad de comer “orgánico” y de sus camisetas “Save The Planet” en colores pastel.
Sé de sus conceptos “combativos” y “antisistema”.
(Uy!... Justo que escribía esta frase una mariposa color limón vino a revolotearme alrededor, y ahora está pancha posada sobre mi balde rojo...)
Vuelvo: sé de lo que piensan y quieren pensar. Pero vamos a ver qué es eso de “salvar el planeta”, y de qué, y para qué... (El “para qué” es fundamental, siempre...)
Pasó lo de Haití. Todos nos espantamos.
Pasó lo de Chile: todos estupefactos.
Pero “lo de Chile” no fué sólo “lo de Chile”: no fué sólo un temblor.
Hay más de veinte sismos en Chile de entre 3 y 7 grados Ritcher POR DÍA.
Para darse una idea, un 4 en la escala de Ritcher equivale a la explosión de una bomba atómica o de seis toneladas de TNT.
Y eso no es sólo en Chile. Miren esto:


Esta es una instantánea del monitor global sismologico europeo. Los círculos rojos son los terremotos unicamente de hoy, y hasta este momento. Los naranjas, de ayer. Los amarillos, acumulativos de hasta hace dos semanas atrás.

Para consultar el estado de hoy hacer click acá.

 NO ES una coincidencia.
Y NO ES paranoia. Hasta donde sé, las paranoias humanas no afectan a los sensores sismológicos globales.
Aceptémoslo. Vivimos en una frágil cáscara de huevo (la corteza terrestre) partida en pedazos que chocan y se embisten entre sí, flotando sobre un mar de lava, girando en torno a un núcleo de hierro fundido bajo presión.
Y eso se mueve TODO EL TIEMPO.
Cuando la tensión es tanta que necesita reacomodarse, se rompe y eso es un terremoto.
El movimiento es constante e incesante.
Hay fósiles marinos en las cumbres de los Alpes y del Tibet. Es decir: estuvieron bajo el mar. Por muuuucho tiempo...
Las Torres Dolphins, las más altas de Rosario, que se ven desde acá alzándose orgullosas sobre el río, tienen unos 150 metros. Lo que les digo que fué parte del fondo del océano alcanza los ocho kilómetros de altura...
Todo ese conjunto a veces se mueve más, otras menos. A veces, como ahora, registra movimientos inusitados y globales. Dos personas ya me contaron que parientes suyos vieron cómo el agua de la piscina se agitaba y desbordaba treinta centímetros durante el sismo de 8.8 en Chile. Una de ella en Rojas, otra en el Gran Rosario.
Como consecuencia de “sólo ese temblor”, el eje de la Tierra se movió ocho centímetros (fuente: NASA) y la ciudad de Buenos Aires se desplazó respecto de la órbita satelital de los GPS entre 2.5 y 4 cm, según la fuente que se tome.
Una vecina mía tiene los padres en un crucero por Brasil. Me cuenta que casi no soportan el barco ni pueden ir a la playa por el oleaje del mar...
Y en ese cuadro, en medio de ese contexto de tensiones cambiantes, estamos nosotros.
Humanos.
Y nos creemos dioses.
Esta suerte de cósmicos piojos resucitados nos creemos con derecho y poder de cambiar lo que queramos por los medios que sea.
Las estrellas, de noche, se nos cagan de risa.
Así nos va.
Así nos fué.
Y así nos olvidamos de lo que hacemos en este planeta, del sentido de estar acá.
Nos olvidamos de lo principal: lo que vinimos a aprender.

 “Siempre que llovió paró” (Noé)

Cuando era chico, los únicos que se animaban a hablar públicamente del fin del mundo eran los Testigos de Jehová, los sábados por la mañana generalmente, tocando el timbre cuando uno estaba en plena confección de las milanesas.
Después se le sumaron los que seguían “las profecías mayas”.
Ahora resulta que son los Testigos, los mayas, los antiguos egipcios, los babilonios, los Hopi, los tibetanos, los aztecas, Nostradamus, los cristianos protestantes y los que no protestan, los dibujantes de comic, los directores de cine catástrofe, los seguidores de la Nueva Era, los que afirman que hay cambio climático, los que reenvían correos electrónicos y los que consultan la NASA, el Nathional Geographic y el Discovery Channel.
Al parecer han logrado convencer hasta a la Tierra misma, con tanto sucundún tectónico, y al Sol, que para el 2012 dice la NASA que prepara un eructito de aquéllos...
Hasta una “vieja amiguita mía” –como se definía ella- les “decía” telepáticamente a los papás que “hay que colaborar con lo inevitable”. Tenía, por entonces, un año de nacida.
Bueno, asumámoslo: lo sabemos todos. Quien quiera ver que vea.
Y entonces... ¿que haremos?
Si están pensando en salir desesperadamente a guardar agua potable, a enterrarse en un búnker en zona alta no inundable (ni sísmica...), a pertrecharse de armamento hasta los dientes en previsión de bandas de saqueadores que patrullen el escenario post-apocalíptico... en fin: hagan lo que les parezca.
A mí, particularmente, no me interesa vivir en esas condiciones.
La vida en la materia, por la materia en sí, no sólo es poco satisfactoria: nos revela la falta de propósito de estar encarnados. O, a lo sumo, nos sirve para compararla con una vida plena de espíritu y amor.
Y si entendemos eso, el fin del  mundo se torna innecesario, irrelevante, una transición menor y de paso.
Pero al parecer no lo entendimos. Seguimos riñendo por hacer cada quien lo que se le ocurra. Seguimos compitiendo peor que animales sólo para probarnos y probar a otros lo “único y especial” que somos.
Y el propósito de esta escuela llamada Tierra es claro:  promover el crecimiento espiritual experimentando vivencias para luego compararlas y construir, así, un mundo con seres mas sabios.
No sé si se acuerdan, pero a eso vinimos.
Y eso NO PUEDE HACERSE SIN AMOR. Con fin del mundo o sin él, cerrando una etapa con más o menos trauma, si no logramos aprehender y mantener el amor como una fuerza activa entre nosotros olvídense de cualquier “soñado planeta de ascención”, ni de Cielo ninguno, ni de Nirvana mágico. Sin amor lo único que se mantiene es un autoengaño, aunque su condición colectiva y de discurso hegemónico nos haga parecer que no es una ilusión.
Sin amor repetimos lo de la Atlántida.
Otra vez sopa.
Y otra vez a marzo.
Así que si están pensando en correr a salvar los trapos, como en la película 2012, les digo que es mejor que se sienten un rato bajo un árbol y lo piensen dos veces. Piensen en “para qué”. Cébense unos mates, y piensen “para qué”...

  
“Memento mori”
“Para decir adiós, vida mía” (José Feliciano)
Y si acaso les pinta, por qué no, piensen en la muerte. Es útil en estos casos. De los duelos se aprende, y la muerte es el último de los duelos, el duelo final. Y no hace falta, para aprender de ella, que llegue el final; eso es lo bueno que tiene. Miren, miren lo que escribió alguna vez el psiquiatra M. Scott Peck: “Si logramos vivir con el conocimiento de que la muerte es nuestra constante compañera que marcha con nosotros “hombro con hombro”, la muerte puede convertirse, según las palabras de don Juan, en nuestra “aliada”; espantosa, pero aún así y todo una continua fuente de sabio consejo. Si pensamos en la muerte como en la consejera constante que nos señala el límite del tiempo en que hemos de vivir y amar, siempre nos guiará para que hagamos buen uso de nuestro tiempo y vivamos la vida con total plenitud. Pero si nos resistimos a afrontar plenamente su espeluznante presencia, nos perderemos sus consejos y posiblemente no podremos vivir ni amar con tranquilidad. Cuando nos arredramos ante la muerte, ante la naturaleza siempre cambiante de las cosas, inevitablemente nos arredramos ante la vida.”
Y entonces hasta la huesuda de rostro horrendo nos recordará lo vital y lo importante del amor, de vivir con amor. Y nos hará entender de una vez por todas –si es que no pudimos antes- a Walt Whitman: "Quien camina una sola legua sin amor, marcha amortajado hacia su propio funeral".


“Le estoy hablando, hablando, hablando a tu corazón” (Charly García)
“De qué hablamos cuando hablamos de amor” (Andrés Calamaro)
Era esto lo que quería decirles.
Creo que ahora me entienden.
Ahora, si gustan, pónganse las remeras “Save the Planet”, vistan de blanco o de pastel, coman “orgánico”y “sanito”, filtren catorce veces cada vaso de agua que beban, háganse la huerta urbana en el balcón, múdense a donde más les plazca, luchen a brazo partido contra las Multinacionales, el Sistema, los Iluminati y el Nuevo Orden Mundial, constrúyanse casas de barro o de botellas plásticas, “reciclen-reúsen-reduzcan”, citen a Gandhi y a Martin Luther King, manden sus hijos a escuelas Waldorf o Montessori, cómprense la colección completa de Vivir en Positivo, concurran a conferencias de gurúes “new age”, hagan cuanto taller vean promocionado sobre Ascensión y Contacto con Seres Superiores (cuanto más caro, mejor...), pasen media vida en un Spa Relax, prendan docenas de velas y sahumerios, escuchen todo el día música de cuencos, tómense litros y litros de esencias vibracionales (cuanto más raras, mejor...), párense a los gritos en las esquinas vociferando que viene “La Fin del Mundo”, corran, escóndanse bajo la cama y saqueen comercios, vacúnense contra pestes que aún no existen, o no se vacunen contra nada, aférrense a su cargo municipal o corporativo, especulen ganancias con la caída de la Bolsa, el oro o el agua potable, peléense a muerte por un vaso de agua, indígnense leyendo los diarios o no lean ni media palabra de absolutamente nada, pergeñen proyectos “alternativos”, siéntense a esperar que los rescaten las naves extraterrestres, prediquen, profieran, mediten, leviten, recen...
HAGAN LO QUE LES PAREZCA.
Total... es el fin del mundo, ¿no?
Pero eso sí... Si alguno quiere intentar oirme entre todo este ruido, quiero decirle esto: que yo empezaría por ser honesto, conmigo mismo, y con los demás.
Transparente, casi transparente...
Que la Verdad nos vuelva leves.
Y que amemos, todo lo más posible. Que se nos descosa el pecho de amor. Pero de amor pulenta, de amor de bute, no de “catexia”.
Porque, venga lo que venga y pase lo que pase, sin amor y sin Verdad, difícil que el chancho chifle...

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