martes, 27 de julio de 2010

Que me palpen de armas

Nada: eso, este breve texto de Oscar Martínez.
(Digamos que sí, que lo escribió él, que le creemos... aunque todos sepamos que el verdadero autor de esto es el Universo...)
Nada: eso, que se va todo al carajo y a mí me siguen pareciendo eternas estas palabras, que todavía son un luminoso faro galáctico.
Quien quiso oir, oyó.
Y a mí, que me palpen de armas...

 Que me palpen de armas

Creo en el amor como en la experiencia más maravillosa de la existencia y como generador de toda clase de alegrías. Y en el amor correspondido, como la felicidad misma. Pero no fui educado para él, ni para la felicidad, ni para el placer. Porque fui advertido malamente contra la entrega y el gozoso abandono que supone.

Cada día, entonces, todavía, es una ardua conquista, una trasgresión, una desobediencia debida a mí mismo, una porfía. La laboriosa tarea de desaprender lo aprendido, el desacato a aquél mandato primario y fatal, a aquél dictamen según el cual se gana o se pierde, se ama o se es amado, se mata o se muere.


La vida, por lo tanto, no me ha endurecido, ese sea tal vez mi mayor logro. Que me palpen de armas. Dejo a un lado, si es que alguna vez tuve o me queda, toda arma que sirva para volverse temible, para someter, para acumular, para ser poderoso, para triunfar en un mundo de mano armada, en el que la felicidad se compra con tarjeta de crédito.

No quiero que la lucidez me cueste la alegría, ni que la alegría suponga la necedad o la ceguera. Pero no me es fácil, me cuesta vivir a contratiempo, con la sensación de ser testigo de un desatino histórico gigantesco, de un extravío descomunal, tan irracional, absurdo o desolador como la bomba de neutrones.


No entiendo al mundo. Me parece, como dice Serrat, que ha caído en manos de unos locos con carnet. Me siento ajeno a la debacle, pero en el medio de ella. Mi vida es apenas un instante en el océano del tiempo y es como si quisiera que ese instante fuera sereno y hondo, en el medio de una ensordecedora discoteca o de un holocausto definitivo, siempre a punto de estallar.

Me desazona la banalización de la vida. El pavoneo de la insensatez. El triunfo de la prepotencia y de la ostentación. La deshumanización salvaje de los poderosos, la aceptación y el elogio del “sálvese quien pueda”. La práctica y la prédica del desamor y de la histeria. Me descorazona la idiotez colectiva. La idealización de lo superfluo. El asesinato de la inocencia. El descuido suicida de lo poco que merecería nuestro mayor esmero. El desconocimiento o el olvido de nuestra propia condición.


Me conmovió, no hace tanto, que el cosmólogo Sagan, en un artículo extenso, escrito como desde un punto perdido en el infinito del espacio desde el cual el mundo se observa como una bolita cachuza, terminara diciéndonos: “Besen a sus hijos”. Escuchemos a esos hombres, sigámoslos, leamos a los poetas. No permitamos que el misterio de la existencia deje de estremecernos cada día, porque es el costo más alto que podemos pagar por nuestra necedad y nuestra omnipotencia.


La vida de un árbol merece nuestra devoción y nuestro más grande regocijo; al amparo gozoso de su sombra, acariciados por la tibieza de la luz del sol y arrullados por el sonido mágico e irrepetible de su follaje, mecido por la mano invisible del viento, estaremos a salvo de la alienación y de la orfandad; siempre y cuando seamos capaces de apreciar esa gloria, mientras nos sea posible reconocer en ella nuestra mayor riqueza.


Que la muerte no nos hiera en vida, que la ferocidad no nos pueda el alma.

Que nada troque nuestra dicha de estar despiertos.

Que una caricia nos atraviese como una flecha jubilosa y radiante.

Besemos a los que amamos.

Amémonos.



sábado, 3 de julio de 2010

Sapere Aude

El título de esta entrada sostuvo Immanuel Kant que era el lema de la Ilustración.
Significa, ni más ni menos, "atrévete a saber".
Y sí, hay que atreverse: en los tiempos que corren, saber es una osadía.
Nos quieren tontos, aborregados, adormecidos, fácilmente manejables y sometidos.

Cuando les digo a los chicos o adolescentes que se den cuenta de que el límite de lo que quieren saber realmente se lo ponen ellos mismos, y de que es un acto por demás riesgoso dejar la decisión de lo que uno debe conocer o ignorar en manos de otro, siempre les cito la frase que sigue a continuación.

Es de Heinrich Himmler, jefe de las SS nazis, en relación con el destino que preveían para los pueblos conquistados del este europeo no alemanes, a quienes consideraban seres inferiores.
Se las cito, porque sintéticamente deja transparentada la nefasta alianza entre gobernabilidad, pseudo-religión e ignorancia.

Himmler escribió: "Para los pobladores no alemanes del Este sólo habrá una escuela primaria de cuatro grados. Esa enseñanza elemental tendrá exclusivamente el siguiente objeto: enseñar a contar hasta 500, escribir el nombre completo, inculcar la doctrina de que hay un mandamiento divino, obedecer a los alemanes y ser honrado, trabajador y dócil. No estimo necesario que se enseñe a leer."

"Sapere Aude", entonces; atrevete a saber, y no cometas el suicidio holgazán de dejar que nadie se arrogue hasta dónde podés conocer, y hasta dónde no.

Ya se han quemado demasiados libros.

¿Terminarán quemando personas, como decía Heinrich Heine?

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