Una película anda dando vueltas por algunos cines. No he visto que en mi ciudad sea un éxito de taquilla (nada verdaderamente bueno suele serlo aquí), pero lo cierto es que ahí anda todavía en la pantalla grande de un par de cines; y en EEUU ya ha salido en DVD.
Al pasar por donde habían colgado su anuncio dí toda una vuelta, venía caminando desde el ángulo en que no se lo podía ver, y mis piernas se tomaron ellas solas todo el trabajo de rastrear esa información que de algún modo misterioso ya estaba en el aire, con esa seguridad incomprobable de dirigirse exactamente donde sabían que debían ir.
El film en cuestión es “Martian Child” (“Niño marciano”), que las distribuidoras locales dieron por traducir “Un niño de otro mundo”, John Cusack y Bobby Coleman en los papeles principales.
Su delicioso argumento trata de un escritor de una saga de libros de ciencia-ficción muy vendible, recién enviudado, que termina adoptando un niño abandonado al nacer, una criatura adorable de ideas y costumbres de lo más extrañas, que se cree proveniente de Marte.
Rehuyente de los rayos directos del sol, el chico vive en el “orfanato” adentro de una caja cuando tiene que salir al descubierto, sacando fotos Polaroids con una máquina sin rollo del mundo “exterior”, desde la penumbra del cartón donde se siente refugiado.
"Hola... ¿hay alguien en casa?"
Lo que más me gusta del guión es el excelente interjuego de ambas posibilidades: de que el chico “crea” ser marciano racionalizando su rechazo temprano por el mundo –es decir: por sus padres, que es nuestro primer “mundo”, vamos…-, o bien de que realmente lo sea… pero con el mismo problema de aceptación social y necesidad de cariño que afrontan millones de chicos “terrestres” en este planeta.
“¿Quién necesita ser marciano, después de todo?”, nos quedamos preguntándonos cuando las letras del final concluyen desvaneciéndose en la pantalla oscura.
En la hermosa línea de “I am Sam” (“Mi nombre es Sam”), “Little Man Tate” (“Mentes que brillan”), y “Powder” (“Pura energía”), este film nos conecta con un poco explorado y bastante rehuido lugar de decisión de convivencia, de coexistencia con lo “diferente” (“diferente” visto desde dónde, me pregunto…).
Y nos estimula a reflexionar en esa extraña sustancia: el Amor, pero el real, ese que a veces incomoda al mundo; a la vez que vuelve incompletos e irreales –tal como realmente lo son- los encandilantes enfoques de películas como “Evolución Indigo”, “¿Qué rayos sabemos?” y series como “Héroes”, donde el acento se pone en la diferencia aparente (los “poderes” o capacidades extraordinarias de los nuevos chicos, como la telepatía, etc) y no en el factor común de convivencia posible y real: la decisión de entender al otro y desarrollar empatía por él.
En una palabra: el amor.
Ese es el único factor que hace una real distinción, aún en este planeta, o en Marte, o en el Reino de los Cielos.
O en cualquier otro lado.
Eso es lo que los falsos profetas y gurúes quieren imitar, con sus edulcoradas fantasías de dominio… pero no lograrán engañar a quienes lo conocimos, como este chico “marciano”, como tantos otros en la Tierra.
Porque… ¿de qué modo podría buscarse –y encontrarse- aquello que previamente no hubiésemos conocido?
Lo busca porque lo contiene.
No se acuerda concientemente, tal vez… pero lo conoció, y lo trajo consigo.
Ya saben el camino.
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