Somos lo que somos.
Más allá de lo que creemos de nosotros mismos, o de lo que los demás opinen sobre ese punto, respondemos a una esencialidad concreta, que impregna nuestros actos.
"Todos tenemos cara y señal", decían los mayas, "pero la señal es más cara que la cara visible".
Quiero decir esto para escribir que yo hace un año no tenía casi ninguna idea de lo que fuera la Alquimia.
O al menos eso creía.
Por esos días, lo más que había hecho eran unos elixires con piedras, que los hacía para mí, para mejorar un poco mi salud. Y mi grado de conciencia.
Ah!... y había leido, cuando chico, un libro de Alberto el Magno que vaya a saber cómo cayó en mi casa de infancia, un hogar encabezado por un reparador de cortinas -mi viejo- y poco frecuentado por publicaciones diferentes a -digamos- las Selecciones del Reader's Digest o la Radiolandia.
Pero parece que este desconocimiento aparente poco le importó al Universo.
Porque por esos días de hará un año, mi amiga Ro le hablaba de mí a una chica que no me conocía, ni yo a ella. Vaya a saber en qué terminos mi amiga me describió o intentó hacerlo (he aprendido a no andar averiguando lo que las personas hablan de mí estando ausente: hace la vida más llevadera...); pero lo cierto es que en determinado momento esa chica entrecierra los ojos, como adormilada, con esa expresión que ponemos cuando recordamos el mar, y le dice: "¿Quién? ¿El alquimista?".
Cuando Ro me narró este diálogo, entendí que lo que somos nos trasciende, lo sepamos o no.
El darse cuenta de eso es un trabajo, pero, de últimas, un detalle secundario.
Afectamos a lo existente desde nuestra esencia, a eso se reduce todo.
Poco después, siguiendo un raro rastro de las investigaciones energéticas de Wilhelm Reich, me dí a fabricar unos aparatitos -que terminé bautizando "bionitos"- que hoy sé no son ni más ni menos que transmutadores alquímicos de energía negativa en positiva.
Todo porque quería fabricar un artilugio de medicina radiónica "casero", o -cuando menos- a un costo accesible frente a los de plaza.
La verdadera Alquimia sostiene que no importa tanto lo que queramos obtener o crear: lo importante es el efecto que esa trabajosa y metódica búsqueda hace en nosotros.
Lo transmutativo de la pesquisa de la Piedra Filosofal es cómo el Alquimista queda transformado luego de ese proceso: somos lo que buscamos, "macrocosmos y microcosmos", "como es arriba es abajo, y como afuera, dentro". Eso dice la Tabla Esmeralda, viejo códice alquímico de Trimegistro.
Y así fué que esos bionitos me cambiaron: construyéndolos.
En esas cosas estaba cuando hará seis meses una amiga mía de España, que hace talleres de "sanación" y otras técnicas de la Nueva Era, me pidió los Textos de Cristal -mis escritos sobre los niños Cristal- para usarlos de material de base en sus actividades.
Recordando cómo había venido la mano antes, le dije que esperara un tiempito, hasta que los registrara. Me dijo que estaba ok, y que le avisara cuándo.
Creo que fue en ese mismo día que Graciela, la que hoy es mi editora, me manda un mail saludándome y preguntándome "si había publicado ya mi libro, y sino, si quería publicarlo".
Muchas co-incidencias.... "sigue al conejo blanco, Alicia..."
Le dije que sí, pero que quería "actualizarlo", updatearlo poniendolo al día.
Lo que le dije sin decir, es que tenía que escribir sobre los Crisol, de los cuales había adelantado el nombre hacía cuatro años, y que había visto confirmado en las definiciones de vibraciones de Cristina Scharles (a las que llegué un día -casi sobra aclararlo- de manera "casual") ... y que no tenía mucha idea de cómo encarar ese trabajo.
Pero ya se sabe que cuando uno está abierto, escucha el Universo.
Así que, tranquilo -era un sábado de lluvia en ciernes, recuerdo- me fui como quien se pierde a caminar por Palermo (un enorme parque que hay en mi ciudad, Buenos Aires).
Encontré los frustrados intentos de un recital, suspendido por las nubes negras que amenazaban desde el cielo, y, como caído al azar, un puesto de biblioteca móvil.
Uno de esos gazebos donde te prestan libros por un rato.
Entre las publicaciones de moda, mis manos eligieron un tomo de las Obras Completas de Borges.
Caminé unos pasos, y me senté en el césped.
Antes de que unos implacables goterones me obligaran a abandonar la lectura y a devolver el libro, pude leer lo que mis manos al azar abrieron en esas páginas.
En un instante trémolo, insondable, mis dedos separaron en un único movimiento -fluido, increíblemente armónico y potente- las hojas en un punto cualquiera.
El poema "El Alquimista" surgió, como quien espera desde siempre.
Uno de mis bionitos transmutadores.