Lo pongo aquí porque se me ocurre significativo más allá de las fronteras de nuestro país, si bien en algún grado diferente.
Alguien dijo alguna vez que las repúblicas que se descuidaban degeneraban en democracias, y las democracias abandonadas mutaban en totalitarismos. Algo así estamos viviendo en Argentina, y, en algún grado, en el planeta, con esto del Nuevo Orden Mundial.
Por lo demás, si les gusta el tema, relean (o lean) a Fromm en El Miedo a la Libertad; lean -o miren la peli- a Orwell en "1984", a Huxley en "Un Mundo Feliz", vean las pelis "La Ola" y "El Experimento"...
¿El punto? Volver a la convivencia real, volver a establecer vínculos reales y sanos... si acaso estamos todavía a tiempo...
Involución
por Sergio Sinay
El Estado es la forma que toma el acuerdo que un grupo de individuos construye para poder en primer lugar sobrevivir y, luego, convivir en condiciones que les permitan a cada uno de ellos desarrollar sus potencialidades y al conjunto de los mismos construir una comunidad que más tarde pueda darse propósitos colectivos.
El Estado no es un invento caprichoso que tiene el fin de importunar a las personas y tampoco es propiedad de nadie en particular, sino de todos quienes adhieren a sus propósitos y a sus reglas y están dispuestos a interactuar bajo las mismas. Se trata, en fin, de una de las grandes creaciones humanas y sin el Estado la especie no hubiese sobrevivido ni habría desarrollado esa fabulosa construcción que se llama civilización. En la medida en que las comunidades evolucionan, cuidan, respetan y mejoran esa institución siempre perfectible.
La Argentina involuciona. Su Estado es siempre propiedad de quienes lo usurpan (y también se puede usurpar por vía electoral, según sabemos y sufrimos). El Estado es aquí un medio de enriquecimiento de unos pocos y, mientras éstos lucran malamente con él, una masa crítica de la sociedad busca burlar sus leyes, sacar pequeñas ventajas ratoniles, y convierte en deporte nacional la transgresión de los códigos de convivencia, la queja contra el Estado y también el afán por vivir de él o de las migas que los otros, los poderosos que lo administran, tiran.
Más allá de las formalidades y las deformaciones este parece ser hoy un país sin Estado y sin ley.
Un país de todos contra todos, un conglomerado humano darwiniano en el que sobrevivirán quienes sean más fuertes que otros y estén dispuestos a comer la carne de los débiles.
Un país de intolerantes y abusivos sin distinción de clase.
Un país sin ley y sin destino.
Si hay futuro, éste deberá empezar por aprender el abecedario de la convivencia (el mayor analfabetismo nacional) y por un acuerdo elemental de coexistencia que empiece por fundar otra vez un Estado, por darle cimientos y por respetar sus funciones e instituciones.
O nada.
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